jueves, 1 de mayo de 2008

Lo que aquí (se) importa es la imagen

«Pocos hombres se hallan dotados de la facultad de ver; y menos aún son los que poseen el poder de expresarlo. Ahora, mientras los demás duermen, éste está inclinado sobre su mesa, lanzando sobre una hoja de papel la misma mirada que dirigía hace un momento sobre las cosas, esgrimiendo su lápiz, su pluma, su pincel, haciendo saltar el agua del vaso hasta el techo, enjugando la pluma en su camisa, apremiado, violento, activo, como si temiera que las imágenes se le escaparan, pendenciero aunque solo, y atropellándose a sí mismo. Y las cosas renacen sobre el papel, naturales, y más que naturales, bellas, y más que bellas, singulares y dotadas de una vida entusiasta como el alma del autor. La fantasmagoría ha sido extraída de la naturaleza. Todos los materiales amontonados en la memoria se clasifican, se ordenan, se armonizan y sufren esa idealización forzada que resulta de una percepción infantil, es decir, de una percepción aguda, ¡mágica a fuerza de ingenuidad!.» (Charles Baudelaire)

Ante la palabra “ilustración” automáticamente se piensa en “dibujitos”, en grabados o en cuadros figurativos. Pero la ilustración resulta ser una medio visual complejo en el que confluyen factores de muy distinta índole que, al fin y al cabo, son una fuente más de placer visual en esta sociedad iconográficamente saturada. Al menos suele ser la más fresca de las fuentes, pues la innovación en la ilustración es constante debido a lo económica que resulta (gracias a la escasa necesidad de maquinaria de producción a su alrededor). Con un folio y lápiz, o en su defecto con el ordenador, es posible realizar los trabajos más complejos, o los más espectaculares, innovadores, etc. pudiéndose contemplar en papel (como virus entre los relatos, artículos, noticias o panfletos urbanos), en cualquier objeto de consumo o mediante internet (donde se puede encontrar multitud de muestras por estilos, autores o cronologías). Y es que no sólo palabras pintan los ilustradores, sino conceptos que coinciden con el período estético en el que se realizan. Como signos del momento, tanto que, en muchos casos, al pasar los años quedan trasnochados.

La ilustración es una representación más del presente, otro reflejo distorsionado que quiere contar, iluminar, explicar, cuestionar algo. Un arte apenas apreciado y menos reconocido más allá del “getho” informe de interesados, como son los mismos ilustradores, publicistas, escritores, editores, expertos e inquietos aficionados. Similar a la poesía, que solo le interesa a los poetas, aunque, a diferencia de ésta, los experimentos gráficos circulan por la iconosfera aceptándose popularmente sin que nadie necesite hacer cábalas sobre su significado o dimensión artística (humildad que si necesita urgentemente el arte actual). Una buena ilustración dialoga con naturalidad, así es como engancha, y no como si intentara desplegar una trampa intelectual (eso son cuestiones de las otras artes). La afirmación que Tom Wolfe en “La palabra pintada” hacía hace treinta años: «Hoy día, sin una teoría que me acompañe, no puedo ver un cuadro» aún sigue siendo válida en el arte contemporáneo, sin embargo su hermana pobre, la ilustración, utiliza, cuando quiere (y si no la interesa se olvida), las enseñanzas y errores de su fastuoso hermano como una paleta de recursos con ninguna responsabilidad en su uso (ya que está amparada por la función).

IMAGINERÍA COLECTIVA

Palabra e ilustración son caminos similares aunque no necesariamente contingentes. El uso del lenguaje gráfico no tiene más razón que su conciliación al propósito de las palabras. El ilustrador no es capaz de crear a partir de la nada, sea cual sea su objetivo, su labor consiste en transformar y filtrar algo que ya existe desde su propia expresión plástica. Ante la palabra se convierte en un mediador responsable de la experiencia que el lector obtendrá del concepto de partida. Cuando tiene que contar algo, traduce mensajes a imágenes trabajando desde la doble circunstancia de autor e intérprete, teniendo en cuenta, en un pacto entre el ilustrador y el lector-espectador, que su visión totalmente subjetiva puede condicionar la opinión de éste pero que, ante todo (y este es el pacto entre el ilustrador y el escritor), enriquece con nuevos matices las ideas referenciales. Este juego de pactos permite al ilustrador ser consecuente con lo que ilustra, cómo y para quién.

La construcción de subjetividades, a través de la experimentación gráfica, permite cultivar simbólicamente la mirada del lector-espectador en un diálogo tácito con el autor (con la imagen como intermediario). Lector-espectador que deposita su visión, pensamiento y experiencia de la realidad a la hora de entrar en la conversación. Responsabilidad añadida al ilustrador, además de dibujar, es la de ser consciente de que sus ideas pueden afectar a la formación visual de sus conciudadanos, más que la televisión o el cine, ya que al lector-espectador potencial se le iluminará la imaginación sin necesitar saber que lo que ve es una ilustración. Por lo que el ilustrador está obligado a prever de qué manera las variaciones que vaya produciendo pueden modificar las impresiones del público al que se dirige, sin pasarse de original o gratuito. En diferentes momentos del proceso la observa desde la distancia (como si no fuera suya), consciente de la presencia de un destinatario potencial que condiciona su trabajo, por lo que cada decisión pasa por una criba autorreglada. Él es, definitivamente, el primer espectador de su ilustración.

La ilustración acaba convirtiéndose en otra realidad estable con la apariencia de no haber sido creada por un ser concreto, de estar completa y haber sido así siempre. Esta realidad paralela, no sólo a la palabra, consigue que una gran cantidad de información se condense en una imagen (capacidad superior a la que puede tener una foto —salvo excepciones—, la pintura actual, el cine o la televisión). Finalmente la ilustración se integra en la biografía particular del lector-espectador distinguiendo un momento determinado del pensamiento íntimo. Imagen que consigue introducirse en las experiencias más recónditas, ya que, cuando gusta mucho, es recortada y guardada (véanse las carpetas de estudiantes). Incluso muchas ilustraciones, ajenas a su voluntad, sintetizan identidades particulares (como el reciclaje en graciosos iconos para representar nicknames) redimensionando sus valores. Ese movimiento dúctil y continuo de aparecer en cualquier formato y soporte (libros, revistas, cómics, cuadernos, camisetas, piel, pegatinas, carteles, mupis, grafitis, discos, etc.), de encajar en la sociedad de consumo y de apropiación íntima por parte de los que se sienten afectados consigue focalizar el imaginario colectivo sobre una ilusión en particular que refleja determinada ilustración. Hasta el punto de que una sociedad sin imaginería propia no sería capaz de producir identidad ni ideales sociales propios. Y si no, ¿quién imagina una Alicia de Lewis Carrol distinta a la que proponía su ilustrador originario John Tenniel? (o la versión reciclada de Disney), o ¿quién imagina un Quijote distinto del de Doré? (también reciclado por la animación española en los años ochenta). Y saliendo del libro, ¿quién se imagina 1992 sin el Cobi, o el patético Curro?, ¿el 82 sin Naranjito?, ¿la política sin su caricaturas?, ¿Hitchkock sin su perfil trazado? ¿o el punk sin Peter Pank?.

CONTAR (GARABATEAR)

La representación de la idea, más que de la realidad, es una práctica de interpretación personal que permite trasladar el pensamiento a imagen. Los estímulos están siempre ahí con infinitos potenciales, las posibilidades de composición en la cabeza del ilustrador son múltiples a partir del momento en el que se plantea contar (garabatear) algo. El ilustrador dibuja a partir de ese pinchazo en un proceso personal de indagación, como detective en un universo icónico, hasta que consigue dar con la imagen adecuada. En ocasiones esa idea gráfica llega remolcando una realidad propia, en otras es la realidad la que se impone, obligando al ilustrador a fijarla. El estilo gráfico que finalmente utiliza está en función del para qué, o del cómo se va a usar la ilustración, aún dejándose llevar por el instinto y sus recursos personales (refinados durante años y años de interminable aprendizaje, obediencia y disciplina). La palabra termina siendo otra realidad, gráfica, por el camino quedan el referente y el estímulo originario que han suministrado el concepto.

Cada garabato realizado con una función conlleva distintas dificultades para llegar a ser ilustración. Ya no se puede pensar en el artesano con el sacrificio sufrido y pulcro de un iluminador medieval (alumbrado por una vela y que va perdiendo la vista con cada imagen), porque el propósito de su obra está más allá de las dificultades manuales. Para esto requiere de diversos conocimientos que resuelvan ese esbozo, además de múltiples herramientas con las que expresarse. Desde la aplicación de técnicas analógicas (lápices, bolis bic, rotus, acuarelas, temperas, acrílicos, óleos, collages, etc.) hasta la digital, o la digital del digital. O sea, construcción digital del primer boceto, dibujado posteriormente a mano para ser escaneado, retocado y adaptado antes de su impresión final. Técnicas, «cada maestrillo tiene su librillo», que dotan a la imagen de personalidad. Pero el ordenador no lo hace todo, ni solo, el ilustrador suele realizar parte del trabajo con medios electrónicos (tanto escaneando dibujos, fotos o texturas como combinándolas, entintando, coloreando, rotulando o dibujando en la pantalla con la tableta gráfica), aunque que la versión definitiva resulte ser digital, optimizándola para su impresión en el soporte específico. Esta nueva técnica de ilustrar, además de facilitar variadas y diversas posibilidades de creación, permite al autor controlar el proceso en todas sus fases, según cómo lo haya creado y adecuado así se verá; no como antaño que había que fotografiarlas antes de imprimir, con las consiguientes pérdidas de calidades plásticas y definición de las obras. La ilustración definitiva, realizada íntegramente sobre papel, ha desaparecido. Lo que se llamaba «arte final» ahora es un archivo. El peligro de esta digitalización ilustrativa se encuentra en la facilidad viciosa de emular referentes plásticos y técnicas del pasado, así cómo el exceso infográfico, sin investigar en las miles de capacidades que puede ofrecer el uso mixto de analógico y digital. Las nuevas tecnologías están para desarrollarlas, desarrollarse a uno mismo y conseguir, en este caso, traducir la palabra a imagen, que las ideas se materialicen.

ECLECTICISMOS ILUSTRATIVOS

El eclecticismo, fortuna del nuevo siglo y «barco sin timón» que antaño escribía Baudelaire, protagoniza “La palabra pintada”. Este aparente caos de propuestas gráficas mostradas permite observar, no sólo las múltiples facetas que puede ofrecernos una idea, sino una infinitud de referentes y prácticas que llevan más allá al verbo, manifestando las pulsiones de cada autor en su estilo particular (aún en las esquizofrenias de algunos). Un gran espectro de plásticas aplicadas a la palabra, que abarcan desde las evocaciones infantiles, hasta los surrealismos oscurantistas, pasando por misceláneas pop, caricaturas, collages y abstracciones indeterminadas haciendo patente que el mismo medio ilustrado ha sido el medio de formación de estos autores. Quizás sorprenda observar cómo cada imagen parece haber sido confeccionada con diferentes técnicas: lápiz, acuarela, collage, gouache, tintas, etc., junto a imágenes semi fotográficas. Pero se puede apreciar que la técnica de la mayoría es digital dificultando su adscripción al tópico clásico de ilustración, aparentemente traicionando la tradición de la práctica e invalidando cualquier tipo de clasificación que habitualmente se hacía a partir de la técnica. Lo que aquí importa es la imagen, por encima del proceso utilizado, valorando la correspondencia entre su resultado y la supuesta idea matriz, así como su adecuación al soporte y dimensiones de impresión / exhibición.

Concurre, en esta muestra ilustrativa, un propósito no escrito de multiplicidad de expresiones y cualidades para revolucionar la imaginación del lector-espectador al pensar la palabra a través de la imagen a través de un medio accesible. Ya que, sin duda, las palabras, como verbalización de conceptos, se pintan. Más aún, no hay pintura sin ideas. Las ideas se pintan, están en las mismas ilustraciones. Son su razón de ser.

CARLOS TRIGUEROS

Investigador cultural

NOTAS

  • Se ha utilizado el masculino como genérico sin incidir en la distinción de género.
  • BAUDELAIRE, CHARLES. “El pintor de la vida moderna” de “El arte romántico”. Traducción Nydia Lamarque. 1ª edición, Aguilar. México, 1966.
  • WOLFE, TOM. “La palabra pintada”. Traducción Diego Medina. 4ª edición, Anagrama. Barcelona, 1999.

1 comentario:

Marta Delgado de Klee dijo...

Hago mías y refrendo tus notas sobre lo digital (y lo digital de lo digital). Es una de las pocas veces que, en una reflexión de corte colectivo, no me siento aparte o traicionado.